miércoles, 29 de septiembre de 2010

LAS ESTACIONES DE AUTOBUSES Y LAS PUERTAS DE SUS ASEOS COMO MEDIO DE EXPRESIÓN.

Cuando entras en una estación de autobuses y sobretodo si ésta es de una gran ciudad, aparte del olor a humanidad que desprenden estos lugares, sientes que te incorporas y fundes en un crisol de razas y lenguas, haciéndote pensar que es cierto aquello de ser ciudadano del mundo, y se despierta en ti un espíritu cosmopolita. Apenas se ha iniciado tal sensación, te sobresalta una voz que de manera machacona y en diferentes idiomas te alerta de que para tu seguridad, en todo momento mantengas tus pertenencias controladas, al tiempo que nos remite a unos letreros situados estratégicamente, que nos advierten que desconfiemos de todo aquel que se nos aproxime haciéndonos cualquier pregunta, porque lo que puede pretender es distraer nuestra atención y aprovechar para robarnos.

Ese es el momento en que te aíslas del universo, y te metes en el caparazón de tu pequeño mundo individual y desconfías de todo lo que se mueve, no atreviéndote ni a rozar ni a que te rocen ni un solo pelo de la ropa, no mirando de frente a nadie por temor a que te pregunten, y agarras tensionado y con fuerza el equipaje dispuesto a defenderlo a capa y espada, simbolizando en nuestras maletas una plaza sitiada por el enemigo.

Por naturaleza me gusta buscar el lado bueno o menos malo de las cosas y también aquí he encontrado un punto de inflexión en el sitio más insospechado, los baños.

Siempre me han llamado la atención la parte trasera de las puertas de los aseos de señoras, porque son utilizadas como tabloides donde se escriben los temas más variopintos. Sabido es que hay quienes en su casa estos momentos de tanta intimidad donde se expelen los humores, son aprovechados para leer e incluso a vuela pluma tomar nota de una idea que surge, pero en un sitio tan ajeno como un water público, normalmente no muy limpio, con un oído puesto en la megafonía por si anuncian la salida de tu coche, y el otro en los comentarios de los que esperan con las piernas cruzadas en forma de tijera por la necesidad imperiosa de evacuar, haciéndosele eterno cada minuto que tardas en salir, no comprendo como se puede coger el rotulador, del que previamente y con intención te has tenido que proveer, inspirarte y dejar plasmado un pensamiento, hecho que se me antoja bastante chocante.

Cierto es lo anterior, y como dicen que los perros marcan territorio con su micción, algo así deben sentir estas personas, queriendo dejar su huella allá por donde pasan, y sin importarles que sea un lugar con tan poco encanto como un excusado.

Esta miscelánea de expresiones son como digo de lo más variadas, como pueden ser de amor:
Odio esta maldita distancia.
Te engañé pero no vivo sin ti.
publicidad:
Concierto de "El Barrio"
Actuación de Alejandro Sanz.
afinidad política:
Vota PSOE.
Rajoy Presidente.
revindicacion social:

No a los cementerios nucleares.
No a la violencia de género.
antagonismo:
Aquí meó y cagó Juana.
Todo cuanto haces tiene su eco en la eternidad.
sexuales:
Teléfonos con mensajes que delatan tendencias ambiguas.

y así leyenda tras leyenda, sin dejar un solo centímetro libre.

Ante el descubrimiento de este formato de expresión, me pregunto si en alguna ocasión me sintiera tentada a utilizarlo en que términos lo haría, y me vienen a la memoria unos versos que a veces y para hacernos reír, nos recitaba mi madre:

Por muy repulín,
repulín que se sea,
no hay repulín,
repulín que no pea.

Caga el pobre, caga el rico,
caga el Obispo y el Papa,
y en este mundo señores,
nadie de cagar se escapa.

Poco puedo decir de los retretes de caballeros, ya que por razones obvias no los frecuento, pero a juzgar por lo que se ve desde fuera, creo que tienen bastante "vidilla". Por sus proximidades, aparte de rateros que te pueden quitar hasta la caspa, existe un verdadero mercado del sexo masculino, por donde deambula una mariconería de bisoñé en su mayoría autóctona, y una legión de chaperos jóvenes, estos sí, casi todos emigrantes, que con los gestos, señales y signos propios de este ambiente, acuerdan sus transacciones de la carne.

Como se desprende de lo anterior, en una simple estación de autobuses, que es un espacio reducido y un medio más bien hostil, si te preocupas de observar lo que pasa a tu alrededor, aunque parezca mentira, puedes tener una seria de vivencias, en apariencia insignificantes, pero que vienen a enriquecer tu conocimiento de la diversidad de aspectos de la conducta humana, y a entender y comprender mejor a tu semejante y como consecuencia a ti mismo.






domingo, 12 de septiembre de 2010

JULIO IGLESIAS, MIRANDA, LOS CURAS Y MI PRIMA MARTA.

La revista ¡HOLA! en uno de sus últimos números, se ha ocupado con gran profusión de la boda celebrada entre el cantante Julio Iglesias y su compañera Miranda.

Estos acontecimientos son muy del agrado del mundo del colorín y el público consume con avidez estas publicaciones, llegándose a agotar en los quioscos y teniendo que imprimir nuevas ediciones con el consiguiente negocio que ello supone, mientras que en las librerías se escuchan quejas del precio excesivo de los libros, cosa que es cierta, pero que contrasta con lo anterior.

Fotos y más fotos con distintos vestidos en poses diversas y muy estudiadas, siendo lo más atractivo del reportaje la inclusión en las románticas estampas de varios niños ataviados a juego con la indumentaria de su hermosa madre, y todos con la eterna y cinematográfica sonrisa de su padre, padre que a la vez lo es de tres retoños más de anterior y celebérrima relación, vástagos al día de hoy ya creciditos, y que siguiendo la estela de sus progenitores nos los encontramos un día sí y otro también como protagonistas del papel cuché y de las pantallas de televisión.

Este evento no tiene mayor transcendencia, es uno de los muchos que la prensa del corazón trata a diario, pero a mí lo que mas me ha llamado la atención, por lo chocante, es que formando parte de tan idílicas imágenes aparezcan tres sacerdotes, todos ellos sonriendo complacientes y como dando su beneplácito a unión tan particular.

Lo bueno o malo de tener años es que se han vivido muchas situaciones, y ante otras similares es inevitable el no comparar, y es lo que hago a continuación:

Mi prima Marta, a la que quiero como si fuera la hermana que no tuve, se había quedado huérfana en el momento justo de nacer, por lo que su hermana y ella se criaron con un padre inexperto y la protección de la madre de éste. Al inicio de los años cincuenta era una jovencita, casi una niña, pero una niña de las de entonces, sin la más mínima información sexual como era lo habitual en la época, por un pudor mal entendido por el resto de las mujeres adultas de la casa y la instrucción equivocada y represiva de los educadores siguiendo normas religiosas.

Como a cada cual, llegada la adolescencia se le revolucionaron las hormonas y desconociendo que los besos suenan a vísperas de embarazo, se quedó en lo que se llama estado de buena esperanza.

Aquello produjo un cataclismo familiar. Mi abuela iba de un lado a otro lloriqueando y hablando sola y diciendo que tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, mientras yo no entendía por qué la ponía tan nerviosa la rotura del dichoso cacharro, cuando eso sucedía frecuentemente y hasta entonces nadie se había llevado las manos a la cabeza por ello. Por otro lado mi madre y mis tías cuchicheaban muy misteriosas, y cuando yo aparecía simulaban estar ocupadas en labores inexistentes y guiñándose el ojo decían casi al unísono que cuidado porque había ropa tendida, cosa incierta, porque la cuerda de tender yo la miraba y estaba sin ninguna prenda.

Estas mujeres conocedoras del percal, hicieron acopio del valor suficiente y fingiendo una fortaleza que no sentían, se enfrentaron al difícil trance de comuni car al padre la transgresión de su hija. El estómago se le quedó frió y como metido en un puño de hierro, en cambio la cara se le encendió de ira y la emprendió a golpes contra ella, mientras maldecía su suerte por el fracaso en la educación de sus hijas y poniendo mucho énfasis al referirse a la honra, tanto que parecía que todo el honor de nuestra estirpe se había perdido al tiempo que el himen de su niña, quién como si los pies se le hubieran hundido en la tierra cada vez parecía mas pequeñita. Poco a poco fue perdiendo sus propios estribos e intentó pasar con su caballo por encima de la muchacha, y a no ser por mi tía Inés, que a su manera los tenía mejor puestos que el equino del General Espartero, que se interpuso a modo de escudo, se pudo evitar castigo tan desmedido.

Cuando la tempestad amainó quedaba otra cuestión por solucionar, casarla. Mi abuelo tenía un primo cura que impartía su doctrina en nuestra población y aunque el parentesco era bastante lejano, cuando hablaban de él y sobretodo si era en público, lo hacían con mucha cercanía, en principio por presumir y también porque en aquella época, tener un clérigo en la familia era una especie de seguro que te protegía de cualquier duda o suspicacia sobre tendencias políticas. Arrastraron hasta la casa de éste a la joven, en principio esperanzada en encontrar cariño y comprensión algo que tanto necesitaba, y porque en la escuela su maestra en la lectura diaria del catecismo, enfatizaba mucho sobre la misericordia divina.

El recibimiento no pudo ser menos cordial, aquel hombre, al que probablemente sus gónadas jamás habían producido un solo gameto, la miró de arriba bajo en forma inquisitorial, y cuando le contaron cual había sido la reacción del padre, en lugar de censurar el maltrato se erigió en acusador y juez, diciendo que había hecho lo correcto, porque si no la juventud terminaría fornicando en plena vía pública, y que no todo puede girar en torno a las apetencias de la entrepierna.

Mi pobre prima estaba al borde del cilicio, y lloraba amargamente su pecado presa de un susto permanente ante quién ejercía de Torquemada con victima tan vulnerable, sentenciando que efectivamente, como sus visitantes requerían, aquello había que arreglarlo, y que si el novio, prácticamente otro niño, había sido hombre para preñarla, también debía serlo para cumplir con su obligación de reconocer la autoría y hacerse cargo de lo que estaba por venir.

Con tal veredicto los enamorados pese a todo vieron el cielo abierto, porque lo que ellos más deseaban era estar juntos para poder dar rienda suelta a su amor sin tanta traba establecida, y no necesitaban que nadie les atosigara incitándoles a casarse.

La boda fue concertada, pero con una serie de condicionantes, nada de vestido blanco ni ramo de azahar símbolos de pureza, ya que dada las circunstancias la virtud se daba por desaparecida, por lo que la novia tenia que vestir de oscuro, preferiblemente de negro y lo más discreta posible. El enlace, como mandaba la concepción moral más estricta, debía ser a hora muy temprana, cuando el mundo duerme y no mira, por aquello de que la Iglesia teme, o visto lo visto temía, mas al escándalo que al pecado propiamente dicho.

Así se casaron, en la clandestinidad, en una fría madrugada de Diciembre en el interior de una iglesia en penumbra con la asistencia de tan solo cuatro personas, y el primo cura malhumorado y soñoliento los convirtió en marido y mujer según el Sacramento del Matrimonio, ante la mirada impávida y el silencio eterno de un Cristo colgado en el altar.

No he podido sustraerme al recuerdo de la pequeña historia que he relatado, a la vista de las fotografías que aparecen en la revista ¡HOLA! y a las que me he referido en un principio, porque es difícil de entender como la Iglesia en algunos aspectos ha podido cambiar tanto en tan poco tiempo, porque no solo no reprueba ciertos comportamientos como de manera férrea lo hacía años atrás, si no que los legitima yendo no uno, sino tres sacerdotes a casa de los "novios" para concelebrar una misa bendiciendo así el vínculo de una pareja que practica vida marital desde hace veinte años, fruto de la cual son esos preciosos retoños.

Me alegro por la familia que de manera oficial ha formado Julio y Miranda, y que hayan podido contar con esta parafernalia clerical, que embellecerá sin duda su galería fotográfica, pero me duele que en otros momentos hayan tildado de pecado, hasta llegar a traumatizar, actos totalmente naturales de la condición humana, llevando a la sociedad a una total esquizofrenia. He dicho que me duele, no que me sorprenda, porque la experiencia me ha permitido conocer como parte del clero, cuando lo considera conveniente y por pura supervivencia, afloja la mano y es bastante benévola favoreciendo causas y patrocinando intereses de una clase social en particular.

Como agua pasada no mueve molino y pese a la reflexión anterior, me incorporo a los deseos de felicidad diciendo

¡¡VIVAN LOS NOVIOS!!















viernes, 3 de septiembre de 2010

MI HERMANO Y YO

El 6 de Septiembre mi único hermano, Fernando, cumple ..., bueno, digamos que una edad, concretamente tres años y medio menos que yo, y quiero felicitarle mediante estas líneas, como si de una tarjeta postal se tratara.

Hoy es el día que es un poquito cascarrabias y luce barba y pelo canoso, canas que le han salido casi de un día para otro, sin pedir permiso, como a traición, y tiene cuatro nietecitos muy lindos con los que pasea orgulloso gastándoles las bromas que en él son habituales, pero pese a esta idílica estampa, yo no puedo verlo como un abuelo, si no como el niño que fue, como ahora lo son sus nietos.

Supongo que les pasará a más gente, que cuando recuerden a sus hermanos siempre se sitúen en la niñez, por ser la época en que se forma parte de un todo: padres, abuelos, tíos, primos, juguetes, en fin todo, y yo tengo en mi mente la foto fija de cuando eramos niños que se sobrepone a cualquier otra imagen de la edad joven o adulta.

Era un niño revoltoso de carácter dominante y sobretodo creativo y de gran imaginación. Al contrario que ahora que los niños tienen de todo hasta la saciedad, a nosotros nos tocó vivir una época dura y de grandes carencias, la posguerra, pero a nuestra manera eramos felices. Con material que reciclaba, como eran envases de medicamentos, cajas de cerillas, palillos de dientes, alambres, etc., fabricaba con toda clase de detalles los coches más bonitos y de avanzado diseño que se pueda imaginar, llegando a contar con una flota importante que alineaba en batería y que yo tenía que mirar de lejos, porque siempre estaba vigilante para que no los tocara.

En casa por aquel entonces y hasta mucho tiempo después no teníamos teléfono, pero para comunicarnos entre nosotros dos poca falta nos hacia, porque mi hermano lo improvisaba con una caja metálica de betún, utilizando la base y la tapa como auriculares, realizándoles un orificio en el centro, por el que pasaba un fino bramante al que hacia un nudo en las puntas como tope, y así colocándonos cada uno de nosotros a cierta distancia, con una pared por medio y tensando debidamente la cuerda. podíamos hablar entre sí a través del improvisado hilo telefónico.

A sus habilidades manuales se venía a unir su insaciable curiosidad por todo lo que le rodeaba. Cuando empezó a ir al colegio, nos escolarizábamos a edad más tardía que en la actualidad, se hizo amigo de Fermín, familiar muy allegado al campanero de la Parroquia de la Purificación, y éste le introdujo en el mundo mágico de los sonidos. Se subían ambos a lo alto del campanario, con gran disgusto por parte de mi madre consciente del peligro de aquellas angostas escaleras, y Fermín le enseñó a tocar las campanas. Se aprendió de memoria todos los toques existentes: el triste de los entierros en sus dos variantes de si el difunto era un niño o un adulto, la llamada a misas y novenas, el repicoteo de las procesiones y el arrebato en señal de peligro o emergencia. Todos y cada uno de estos tonos los memorizaba y a media noche ensayaba en alta voz, para desesperación de mi padres y en particular de mi padre que al día siguiente tenía que madrugar.

A este sonido virtual de las campanas, poco después se incorporó el de la música propiamente dicha. ya que se apuntó a la sección infantil de la Banda Municipal, y como es lógico comenzó con el solfeo y claro, con el do, re, mi, fa, sol, la, si, do, nos acribillaba a todas horas y especialmente en el silencio de la noche, dándonos unos sustos de muerte entre el tañido de las campanas y la escala musical.

Su imaginación no tenía límite y sobrepasaba en mucho nuestro pequeño mundo infantil, por lo que se inventó la existencia de un ser minúsculo, tipo gnomo, pero de un tamaño no superior a los 15 cms., al que llamaba "El Hombre Chiquinino" y que habitaba detrás de uno de los barreños de cerámica que tenia mi madre debajo del fregadero de la cocina. Este personaje al que nadie veía, era protagonista de una serie de aventuras extraordinarias, de las que mi hermano era confidente, y que él a su vez se empeñaba en contarnos una y otra ves, poniéndonos como decía mi madre, la cabeza como un bombo.

A mí al principio me interesó el tema y le prestaba atención, pero con el tiempo comencé a maliciar, y previa la oportuna inspección detrás del barreño, llegué a la conclusión de que todo era pura fantasía. Pese a mi desencanto él no cejaba en su propósito de ponerme al día de cuanto hacia su héroe y encontró la manera de debilitar mi resistencia vendiéndome sus servicios de protector que consistía en lo siguiente:

Nuestra casa tenía un patio precioso cubierto totalmente por un parral que producía uvas gordísimas color corinto, a las que mi padre denominaba "corazón de gallo". Este patio, y al regreso de la escuela, mi misión era regarlo y barrerlo cada tarde, pero tan pronto me disponía a llevar a cabo tal menester, de los ocultos panales de la parra, salía una bandada de avispas que aterrizaban contra mi piel como pequeños helicópteros. Mi hermano conocedor de mi sufrimiento y de mi Talón de Aquiles, quiso explotarlo a su favor, y se ofreció a defenderme del aguijón de tan miserables insectos a cambio de hablarme del dichoso "Hombre Chiquinino". Para que a él tampoco le atacaran, se ponía en la cabeza un cestillo de mimbre a modo de casco, lo que le hacía parecer un pequeño guerrero, y sacudidor en ristre espantaba a los susodichos himenópteros, mientras me relataba con toda minuciosidad las hazañas de su soñado amigo.

Seguido del patio de marras y separado de éste por una cancela metálica, teníamos un corral con una pequeña colonia de animales: varias gallinas, un gallo, dos cerdos llamados Diego y Blas y algunos conejos. Éstos estuvieron poco tiempo en casa, porque una de las conejas resultó ser una infanticida, que se comía a sus propias crías nada mas nacer, y mi madre, que si era una madraza pese a su fuerte temperamento, en vista de tan desnaturalizado proceder regalo a una vecina la familia "conejil", incluyendo en el lote a la coneja asesina. Blas y Diego tampoco duraron mucho, año y medio aproximadamente, porque para su desgracia engordaron lo suficiente para que mi padre contratara un matarife que los sacrificó convirtiéndolos en sabroso embutido, ante la impotencia y lágrimas de nosotros dos, para quienes los desaparecidos no eran cochinos si no más bien unos amigos de juego.

Las gallinas sí, esas formaron parte de nuestra existencia durante largo tiempo, entre otras cosas, porque mi madre no se atrevía a retorcerles el pescuezo e incitaba a mi padre a que lo hiciera como hombre de la casa, pero él que era incapaz de matar una mosca, se negaba en rotundo a ello , por lo que le llamaba cobardica. Por una u otra razón, el caso es el canto del gallo por la mañana y el continuo cloquear de las gallinas durante el día, eran la banda sonora de nuestra vida. Durante la siesta mi hermano se dedicaba imitar a las gallinas, y lo hizo tantas veces, que en su cacareo adquirió una perfección tal que era difícil distinguir quién copiaba a quién, circunstancia que tenía al gallo bastante mosqueado, haciéndo que se pasease nervioso de un lado a otro del corral moviendo su roja cresta, intentando localizar, sin conseguirlo, a la que se suponía era su nueva huéspeda, y a la que el, como buen gallo que se precie, tenía que apresurarse a cortejar.

En fin, muchas alegrías hemos tenido en nuestra infancia y también momentos desagradables como los catarros, el sarampión, la tosferina, todo eso lo pasábamos siempre a la vez y también compartiamos nuestros miedos a las tormentas, a los fuegos artificiales, al médico y sobretodo al practicante (ahora le llaman ATS), que nos ponía las inyecciones con bastante saña, y por igual el asco al aceite de ricino y al hígado de bacalao.

Son infinitas las anécdotas que quedan en el tintero, pero no es este el formato idóneo para exponerlas, por lo que estoy haciendo una recopilación de las mismas y en un futuro próximo escribiré un pequeño libro, sin pretensiones literarias, solo con el ánimo de recoger tus andanzas y que a modo de cuento se lo puedas leer a tus nietos.

Bueno hermano, que pese a tus canas yo se que sigues llevando dentro al niño que fuiste, y por eso yo te quiero ahora igual que entonces.

Tu hermana,
ASUNCIÓN.