martes, 12 de octubre de 2010

EL OTRO "PLATERO".

Este pequeño cuento lo escribí hace varios años y lo transcribo tal cual. De haberlo escrito ahora, hubiera profundizado más en el mensaje de que "el hombre es él y sus circunstancias", y éstas a veces nos obligan a vivir de una manera que no se corresponde con lo que realmente sentimos.
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Cuando Paco "El Cacharrero" decidió trasladarse a Madrid, y tras un largo regateo sobre el precio del transporte, encaramó en el camión de Felipe su pequeño carro policromado, su burra "Mariposa", al hijo de ésta y una buena carga de loza que era la base de su negocio.
Por entonces el borriquillo no tenía nombre, pues con el ajetreo de la mudanza, Paco no había tenido tiempo ni humor para ello.
A mitad de camino pararon en un bar de carretera, momento que aprovechó Paco para bajar a los animales y que estiraran las patas.Fue entonces cuando dos chicas que bajaban de un coche comentaron entre sí:
¿Que te recuerda ese burrito?
Me recuerda al "Platero"de Juan Ramón Jimenez que decía era: "pequeño,peludo,suave, ...".
Paco pensó que el tal Juan Ramón sería un amigo de las muchachas y por eso conocían tan bien a su burro, pero le gustó el nombre, y desde entonces lo llamó "PLATERO".
Al llegar a la ciudad se instaló en el extrarradio, en una humilde casa baja seguida de un corral, donde improvisó, con unos maderos y unas cuantas tablas, una cuadra para "Mariposa" y "Platero".
Cada mañana Paco aviaba a "Mariposa", la enganchaba al carro policromado y paseaba las calles de Madrid ofreciendo sus cántaros, botijos, macetas, platos y todo cuanto desde su Extremadura natal le mandaba su cuñado el alfarero.
En su diario peregrinar les acompaña "Platero", a veces con sumisión infantil junto a su madre, y otras quedándose rezagado teniendo que recurrir a un trote desigual para alcanzarles.
"Platero" se hizo pronto celebre entre los niños, debiendo quizás su fama a la sonoridad de su nombre, si bien es cierto era guapo y enamoraba nada más verlo, por eso la señorita Ana, catequista de la parroquia del barrio, llegada la Nochebuena le pidió a Paco se lo cediera para que formara parte del Nacimiento viviente que cada año instalaba en la Iglesia.
Antonio el fotógrafo, que era un vividor y con gran visión para los negocios, se percató de las fantásticas condiciones fotogénicas de "Platero", y se lo alquiló a Paco para los sábados y domingos.
Durante esos días lo enjaezaba con mil adornos, incluso le trenzaba la cola, y así con estas hechuras lo llevaba por plazas y jardines, donde los chiquillos se subían a él y Antonio les hacía fotos.
Pero esta emocionante existencia fue corta porque las circunstancias obligaron a Paco retirar a "Platero" de su vida andariega y torbellina, ya que "Mariposa" iba envejeciendo, y por mucho que le tiraba del cabestro no había manera de hacerla andar. Ya no podía con el carro y jadeaba que daba pena, por lo que decidió no volverla a sacar, y la dejó tranquila en la cuadra, donde pasados unos días la encontró muerta, con las extremidades hacia arriba y la panza gorda y tensa como una zambomba.
"Platero" no asumió con demasiada dignidad sus responsabilidades laborales, pues al contrario que "Mariposa", dócil y trabajadora, él era vago y retozón y no se dejaba poner el atalaje, siendo muchos los disgusto que le dio a Paco con su díscola manera de ser, que le llevaba incluso a encabritarse cuando más cargado iba el carro de vasijas, dando al traste con las pocas ganancias.
"Platero" no deseaba ser malo porque quería a su dueño, pero prefería que Paco, en lugar de ponerle a tirar del pesado carro, lo hubiera sacado a pasear y así como Juan Ramón poder decir: "Veníamos los dos, cargados de los montes: Platero, de almoraduj; yo, de lirios amarillos".
Paco sufría con el carácter indómito y juguetón de "Platero", ya que no prestaba la mas mínima atención a sus órdenes y le desobedecía continuamente, por lo que tenia que usar la vara más de lo que hubiera querido, llagando en ocasiones a dañar su piel, que de noche, al regreso de su callejeo, en la humilde cuadra curaba con mimo y rehuyendo la mirada entre acusadora y dolorida, mirada que le taladraba el corazón, aunque procuraba hacerse el duro, sobretodo porque las llagas sanaban pronto, ya que "Platero" era joven y fuerte y con buena encarnadura.
Poquito a poquito "Platero" se fue adaptando a la vida y costumbres de su dueño, y comprendió que ya era un burro adulto y como tal tenía que comportarse haciendo frente a su destino y olvidar los sueños de libertad, que estaban muy bien para el burro de un poeta, pero no para el burro de un modesto cacharrero.
"Platero" ganó en madurez y hacía lo imposible por contener el impulso de huida que le producía el enorme tropel de coches entre los que tenía que caminar. Aprendió a abrir lo suficiente las patas, apretándolas contra el asfalto para no perder el equilibrio cuando las calles estaban recién regadas o había llovido
Llevaba con paciencia el roce de los varales en sus costados, y de tanto frotar la madera una y otra vez sobre su cuerpo, el pelo iba desapareciendo, y había noches que llegaba a la cuadra con enormes "jollauras" como decía Paco.
También aprendió a soportar las molestas picaduras de las moscas, que particularmente en verano, las malvadas se posaban sobre sus heridas, en el sitio justo donde él no podía defenderse de su asedio.
Todas estas vicisitudes cambiaron el comportamiento de "Platero", que su alegre caminar lo sustituyó por otro lento y aburrido, y a sí el carro policromado, visto desde un balcón, cuando salían de madrugada y la calle estaba desierta, era como una barquilla deslizándose por un tranquilo rió acompasada por un dulce balanceo.
Lejos quedaba ya y fuera de su recuerdo, pues hasta el consuelo de la memoria le había sido negado al nacer burro, aquellas Navidades en que en un Portal de cartón piedra y papel plata, intervino en la representación de uno de los acontecimientos que más han influido en la vida de los hombres.
Olvidadas también las jornadas bohemias en que con Antonio el retratista deambulaba por lo parques rebosantes de primavera y donde se fotografiaba con los chavales, que cariñosamente le tiraban de las orejas y apretaban las piernecitas contra su vientre incitándole a caminar, aunque solo fuera unos pasos, queriendo prolongar algo más el breve momento de la instantánea.
Así fue como "Platero" pasó a engrosar el número de los muchos burros anónimos que van por la ciudad tirando de oscuros carros, o de carros policromados como el de Paco "El Cacharrero", quién por su parte estaba feliz con la transformación y sometimiento de su rucio, al que ya no tenía que castigar y por tanto le evitaba tener que sentir remordimiento, siendo así todo más fácil entre ellos, pues le obedecía mansamente con solo decirle:
¡ARRE PLATERO!, ¡ARRE PLATERO".