domingo, 12 de septiembre de 2010

JULIO IGLESIAS, MIRANDA, LOS CURAS Y MI PRIMA MARTA.

La revista ¡HOLA! en uno de sus últimos números, se ha ocupado con gran profusión de la boda celebrada entre el cantante Julio Iglesias y su compañera Miranda.

Estos acontecimientos son muy del agrado del mundo del colorín y el público consume con avidez estas publicaciones, llegándose a agotar en los quioscos y teniendo que imprimir nuevas ediciones con el consiguiente negocio que ello supone, mientras que en las librerías se escuchan quejas del precio excesivo de los libros, cosa que es cierta, pero que contrasta con lo anterior.

Fotos y más fotos con distintos vestidos en poses diversas y muy estudiadas, siendo lo más atractivo del reportaje la inclusión en las románticas estampas de varios niños ataviados a juego con la indumentaria de su hermosa madre, y todos con la eterna y cinematográfica sonrisa de su padre, padre que a la vez lo es de tres retoños más de anterior y celebérrima relación, vástagos al día de hoy ya creciditos, y que siguiendo la estela de sus progenitores nos los encontramos un día sí y otro también como protagonistas del papel cuché y de las pantallas de televisión.

Este evento no tiene mayor transcendencia, es uno de los muchos que la prensa del corazón trata a diario, pero a mí lo que mas me ha llamado la atención, por lo chocante, es que formando parte de tan idílicas imágenes aparezcan tres sacerdotes, todos ellos sonriendo complacientes y como dando su beneplácito a unión tan particular.

Lo bueno o malo de tener años es que se han vivido muchas situaciones, y ante otras similares es inevitable el no comparar, y es lo que hago a continuación:

Mi prima Marta, a la que quiero como si fuera la hermana que no tuve, se había quedado huérfana en el momento justo de nacer, por lo que su hermana y ella se criaron con un padre inexperto y la protección de la madre de éste. Al inicio de los años cincuenta era una jovencita, casi una niña, pero una niña de las de entonces, sin la más mínima información sexual como era lo habitual en la época, por un pudor mal entendido por el resto de las mujeres adultas de la casa y la instrucción equivocada y represiva de los educadores siguiendo normas religiosas.

Como a cada cual, llegada la adolescencia se le revolucionaron las hormonas y desconociendo que los besos suenan a vísperas de embarazo, se quedó en lo que se llama estado de buena esperanza.

Aquello produjo un cataclismo familiar. Mi abuela iba de un lado a otro lloriqueando y hablando sola y diciendo que tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe, mientras yo no entendía por qué la ponía tan nerviosa la rotura del dichoso cacharro, cuando eso sucedía frecuentemente y hasta entonces nadie se había llevado las manos a la cabeza por ello. Por otro lado mi madre y mis tías cuchicheaban muy misteriosas, y cuando yo aparecía simulaban estar ocupadas en labores inexistentes y guiñándose el ojo decían casi al unísono que cuidado porque había ropa tendida, cosa incierta, porque la cuerda de tender yo la miraba y estaba sin ninguna prenda.

Estas mujeres conocedoras del percal, hicieron acopio del valor suficiente y fingiendo una fortaleza que no sentían, se enfrentaron al difícil trance de comuni car al padre la transgresión de su hija. El estómago se le quedó frió y como metido en un puño de hierro, en cambio la cara se le encendió de ira y la emprendió a golpes contra ella, mientras maldecía su suerte por el fracaso en la educación de sus hijas y poniendo mucho énfasis al referirse a la honra, tanto que parecía que todo el honor de nuestra estirpe se había perdido al tiempo que el himen de su niña, quién como si los pies se le hubieran hundido en la tierra cada vez parecía mas pequeñita. Poco a poco fue perdiendo sus propios estribos e intentó pasar con su caballo por encima de la muchacha, y a no ser por mi tía Inés, que a su manera los tenía mejor puestos que el equino del General Espartero, que se interpuso a modo de escudo, se pudo evitar castigo tan desmedido.

Cuando la tempestad amainó quedaba otra cuestión por solucionar, casarla. Mi abuelo tenía un primo cura que impartía su doctrina en nuestra población y aunque el parentesco era bastante lejano, cuando hablaban de él y sobretodo si era en público, lo hacían con mucha cercanía, en principio por presumir y también porque en aquella época, tener un clérigo en la familia era una especie de seguro que te protegía de cualquier duda o suspicacia sobre tendencias políticas. Arrastraron hasta la casa de éste a la joven, en principio esperanzada en encontrar cariño y comprensión algo que tanto necesitaba, y porque en la escuela su maestra en la lectura diaria del catecismo, enfatizaba mucho sobre la misericordia divina.

El recibimiento no pudo ser menos cordial, aquel hombre, al que probablemente sus gónadas jamás habían producido un solo gameto, la miró de arriba bajo en forma inquisitorial, y cuando le contaron cual había sido la reacción del padre, en lugar de censurar el maltrato se erigió en acusador y juez, diciendo que había hecho lo correcto, porque si no la juventud terminaría fornicando en plena vía pública, y que no todo puede girar en torno a las apetencias de la entrepierna.

Mi pobre prima estaba al borde del cilicio, y lloraba amargamente su pecado presa de un susto permanente ante quién ejercía de Torquemada con victima tan vulnerable, sentenciando que efectivamente, como sus visitantes requerían, aquello había que arreglarlo, y que si el novio, prácticamente otro niño, había sido hombre para preñarla, también debía serlo para cumplir con su obligación de reconocer la autoría y hacerse cargo de lo que estaba por venir.

Con tal veredicto los enamorados pese a todo vieron el cielo abierto, porque lo que ellos más deseaban era estar juntos para poder dar rienda suelta a su amor sin tanta traba establecida, y no necesitaban que nadie les atosigara incitándoles a casarse.

La boda fue concertada, pero con una serie de condicionantes, nada de vestido blanco ni ramo de azahar símbolos de pureza, ya que dada las circunstancias la virtud se daba por desaparecida, por lo que la novia tenia que vestir de oscuro, preferiblemente de negro y lo más discreta posible. El enlace, como mandaba la concepción moral más estricta, debía ser a hora muy temprana, cuando el mundo duerme y no mira, por aquello de que la Iglesia teme, o visto lo visto temía, mas al escándalo que al pecado propiamente dicho.

Así se casaron, en la clandestinidad, en una fría madrugada de Diciembre en el interior de una iglesia en penumbra con la asistencia de tan solo cuatro personas, y el primo cura malhumorado y soñoliento los convirtió en marido y mujer según el Sacramento del Matrimonio, ante la mirada impávida y el silencio eterno de un Cristo colgado en el altar.

No he podido sustraerme al recuerdo de la pequeña historia que he relatado, a la vista de las fotografías que aparecen en la revista ¡HOLA! y a las que me he referido en un principio, porque es difícil de entender como la Iglesia en algunos aspectos ha podido cambiar tanto en tan poco tiempo, porque no solo no reprueba ciertos comportamientos como de manera férrea lo hacía años atrás, si no que los legitima yendo no uno, sino tres sacerdotes a casa de los "novios" para concelebrar una misa bendiciendo así el vínculo de una pareja que practica vida marital desde hace veinte años, fruto de la cual son esos preciosos retoños.

Me alegro por la familia que de manera oficial ha formado Julio y Miranda, y que hayan podido contar con esta parafernalia clerical, que embellecerá sin duda su galería fotográfica, pero me duele que en otros momentos hayan tildado de pecado, hasta llegar a traumatizar, actos totalmente naturales de la condición humana, llevando a la sociedad a una total esquizofrenia. He dicho que me duele, no que me sorprenda, porque la experiencia me ha permitido conocer como parte del clero, cuando lo considera conveniente y por pura supervivencia, afloja la mano y es bastante benévola favoreciendo causas y patrocinando intereses de una clase social en particular.

Como agua pasada no mueve molino y pese a la reflexión anterior, me incorporo a los deseos de felicidad diciendo

¡¡VIVAN LOS NOVIOS!!















1 comentario:

  1. Genial, querida Asun. me encantó, en el fondo y en la forma. Besos. Mary

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