viernes, 3 de septiembre de 2010

MI HERMANO Y YO

El 6 de Septiembre mi único hermano, Fernando, cumple ..., bueno, digamos que una edad, concretamente tres años y medio menos que yo, y quiero felicitarle mediante estas líneas, como si de una tarjeta postal se tratara.

Hoy es el día que es un poquito cascarrabias y luce barba y pelo canoso, canas que le han salido casi de un día para otro, sin pedir permiso, como a traición, y tiene cuatro nietecitos muy lindos con los que pasea orgulloso gastándoles las bromas que en él son habituales, pero pese a esta idílica estampa, yo no puedo verlo como un abuelo, si no como el niño que fue, como ahora lo son sus nietos.

Supongo que les pasará a más gente, que cuando recuerden a sus hermanos siempre se sitúen en la niñez, por ser la época en que se forma parte de un todo: padres, abuelos, tíos, primos, juguetes, en fin todo, y yo tengo en mi mente la foto fija de cuando eramos niños que se sobrepone a cualquier otra imagen de la edad joven o adulta.

Era un niño revoltoso de carácter dominante y sobretodo creativo y de gran imaginación. Al contrario que ahora que los niños tienen de todo hasta la saciedad, a nosotros nos tocó vivir una época dura y de grandes carencias, la posguerra, pero a nuestra manera eramos felices. Con material que reciclaba, como eran envases de medicamentos, cajas de cerillas, palillos de dientes, alambres, etc., fabricaba con toda clase de detalles los coches más bonitos y de avanzado diseño que se pueda imaginar, llegando a contar con una flota importante que alineaba en batería y que yo tenía que mirar de lejos, porque siempre estaba vigilante para que no los tocara.

En casa por aquel entonces y hasta mucho tiempo después no teníamos teléfono, pero para comunicarnos entre nosotros dos poca falta nos hacia, porque mi hermano lo improvisaba con una caja metálica de betún, utilizando la base y la tapa como auriculares, realizándoles un orificio en el centro, por el que pasaba un fino bramante al que hacia un nudo en las puntas como tope, y así colocándonos cada uno de nosotros a cierta distancia, con una pared por medio y tensando debidamente la cuerda. podíamos hablar entre sí a través del improvisado hilo telefónico.

A sus habilidades manuales se venía a unir su insaciable curiosidad por todo lo que le rodeaba. Cuando empezó a ir al colegio, nos escolarizábamos a edad más tardía que en la actualidad, se hizo amigo de Fermín, familiar muy allegado al campanero de la Parroquia de la Purificación, y éste le introdujo en el mundo mágico de los sonidos. Se subían ambos a lo alto del campanario, con gran disgusto por parte de mi madre consciente del peligro de aquellas angostas escaleras, y Fermín le enseñó a tocar las campanas. Se aprendió de memoria todos los toques existentes: el triste de los entierros en sus dos variantes de si el difunto era un niño o un adulto, la llamada a misas y novenas, el repicoteo de las procesiones y el arrebato en señal de peligro o emergencia. Todos y cada uno de estos tonos los memorizaba y a media noche ensayaba en alta voz, para desesperación de mi padres y en particular de mi padre que al día siguiente tenía que madrugar.

A este sonido virtual de las campanas, poco después se incorporó el de la música propiamente dicha. ya que se apuntó a la sección infantil de la Banda Municipal, y como es lógico comenzó con el solfeo y claro, con el do, re, mi, fa, sol, la, si, do, nos acribillaba a todas horas y especialmente en el silencio de la noche, dándonos unos sustos de muerte entre el tañido de las campanas y la escala musical.

Su imaginación no tenía límite y sobrepasaba en mucho nuestro pequeño mundo infantil, por lo que se inventó la existencia de un ser minúsculo, tipo gnomo, pero de un tamaño no superior a los 15 cms., al que llamaba "El Hombre Chiquinino" y que habitaba detrás de uno de los barreños de cerámica que tenia mi madre debajo del fregadero de la cocina. Este personaje al que nadie veía, era protagonista de una serie de aventuras extraordinarias, de las que mi hermano era confidente, y que él a su vez se empeñaba en contarnos una y otra ves, poniéndonos como decía mi madre, la cabeza como un bombo.

A mí al principio me interesó el tema y le prestaba atención, pero con el tiempo comencé a maliciar, y previa la oportuna inspección detrás del barreño, llegué a la conclusión de que todo era pura fantasía. Pese a mi desencanto él no cejaba en su propósito de ponerme al día de cuanto hacia su héroe y encontró la manera de debilitar mi resistencia vendiéndome sus servicios de protector que consistía en lo siguiente:

Nuestra casa tenía un patio precioso cubierto totalmente por un parral que producía uvas gordísimas color corinto, a las que mi padre denominaba "corazón de gallo". Este patio, y al regreso de la escuela, mi misión era regarlo y barrerlo cada tarde, pero tan pronto me disponía a llevar a cabo tal menester, de los ocultos panales de la parra, salía una bandada de avispas que aterrizaban contra mi piel como pequeños helicópteros. Mi hermano conocedor de mi sufrimiento y de mi Talón de Aquiles, quiso explotarlo a su favor, y se ofreció a defenderme del aguijón de tan miserables insectos a cambio de hablarme del dichoso "Hombre Chiquinino". Para que a él tampoco le atacaran, se ponía en la cabeza un cestillo de mimbre a modo de casco, lo que le hacía parecer un pequeño guerrero, y sacudidor en ristre espantaba a los susodichos himenópteros, mientras me relataba con toda minuciosidad las hazañas de su soñado amigo.

Seguido del patio de marras y separado de éste por una cancela metálica, teníamos un corral con una pequeña colonia de animales: varias gallinas, un gallo, dos cerdos llamados Diego y Blas y algunos conejos. Éstos estuvieron poco tiempo en casa, porque una de las conejas resultó ser una infanticida, que se comía a sus propias crías nada mas nacer, y mi madre, que si era una madraza pese a su fuerte temperamento, en vista de tan desnaturalizado proceder regalo a una vecina la familia "conejil", incluyendo en el lote a la coneja asesina. Blas y Diego tampoco duraron mucho, año y medio aproximadamente, porque para su desgracia engordaron lo suficiente para que mi padre contratara un matarife que los sacrificó convirtiéndolos en sabroso embutido, ante la impotencia y lágrimas de nosotros dos, para quienes los desaparecidos no eran cochinos si no más bien unos amigos de juego.

Las gallinas sí, esas formaron parte de nuestra existencia durante largo tiempo, entre otras cosas, porque mi madre no se atrevía a retorcerles el pescuezo e incitaba a mi padre a que lo hiciera como hombre de la casa, pero él que era incapaz de matar una mosca, se negaba en rotundo a ello , por lo que le llamaba cobardica. Por una u otra razón, el caso es el canto del gallo por la mañana y el continuo cloquear de las gallinas durante el día, eran la banda sonora de nuestra vida. Durante la siesta mi hermano se dedicaba imitar a las gallinas, y lo hizo tantas veces, que en su cacareo adquirió una perfección tal que era difícil distinguir quién copiaba a quién, circunstancia que tenía al gallo bastante mosqueado, haciéndo que se pasease nervioso de un lado a otro del corral moviendo su roja cresta, intentando localizar, sin conseguirlo, a la que se suponía era su nueva huéspeda, y a la que el, como buen gallo que se precie, tenía que apresurarse a cortejar.

En fin, muchas alegrías hemos tenido en nuestra infancia y también momentos desagradables como los catarros, el sarampión, la tosferina, todo eso lo pasábamos siempre a la vez y también compartiamos nuestros miedos a las tormentas, a los fuegos artificiales, al médico y sobretodo al practicante (ahora le llaman ATS), que nos ponía las inyecciones con bastante saña, y por igual el asco al aceite de ricino y al hígado de bacalao.

Son infinitas las anécdotas que quedan en el tintero, pero no es este el formato idóneo para exponerlas, por lo que estoy haciendo una recopilación de las mismas y en un futuro próximo escribiré un pequeño libro, sin pretensiones literarias, solo con el ánimo de recoger tus andanzas y que a modo de cuento se lo puedas leer a tus nietos.

Bueno hermano, que pese a tus canas yo se que sigues llevando dentro al niño que fuiste, y por eso yo te quiero ahora igual que entonces.

Tu hermana,
ASUNCIÓN.





1 comentario:

  1. Qué regalo tan bonito Asunción. Gracias por compartirlo.
    Un beso.
    Gloria

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